28 septiembre 2010

Aferrarse a la belleza del arte para no caer

Vanguardia es un término militar y este marchante judío odiaba que esta denominación se aplicara al arte, porque él había sido fusilado tres veces. Sucedió en el campo de exterminio de Auschwitz cuando los nazis, ante la inminente llegada de los rusos, pasaban por las armas de forma convulsa a centenares de prisioneros con el único objetivo de vaciar los pabellones. Tenía quince años. Frente al pelotón de fusilamiento, la primera vez se desmayó por puro terror un segundo antes de que sonara la descarga. Cayó en el foso bajo un montón de cadáveres; a través de ellos, en la oscuridad de la noche, trabajosamente logró salir a la superficie y se confundió con los supervivientes en el patio, pero poco después, en una segunda leva indiscriminada, fue llevado de nuevo al paredón. Esta vez aprovechó la experiencia. Como un velocista que empieza a correr una décima de segundo antes de que suene el disparo y anulan la salida, este muchacho judío se desplomó sin que le hubiera llegado la bala todavía, sólo que el jefe de pelotón no reparó en esta infracción y dio por válido el fusilamiento. Su padre era marchante de arte en Berlín y ya había sido gaseado en ese mismo campo junto con toda la familia. Antes de morir le había dado un consejo. Le dijo que en los momentos en que se sintiera más degradado se aferrara a la belleza de una melodía o al fragmento de un cuadro para purificarse. En medio de la miseria de Auschwitz, el muchacho imaginaba la luz que despide el pañuelo de la infanta Margarita, pintada por Velázquez. Su padre le había enseñado a descifrar el misterio de aquellas pinceladas impresionistas cuyo resplandor había inaugurado la pintura contemporánea. Mientras estaba por segunda vez palpitando vivo bajo un cúmulo de cadáveres fusilados, recordó la imagen de aquel pañuelo que la infanta tiene en la mano, y sabía que esa luz le guiaría siempre a través de los muertos. Cuando por tercera vez fue llevado al paredón ya era un experto, no sólo en desplomarse una décima de segundo antes de tiempo, sino en agarrarse a esas pinceladas luminosas de Velázquez para salvarse. Aquel muchacho judío hoy es un marchante famoso, con galería en Berlín, y se niega a llamar vanguardia, una palabra bélica, de índole fascista, a cualquier actividad que tenga relación alguna con la belleza. En su opinión, nada hay más revolucionario en pintura moderna que el resplandor del pañuelo de la infanta Margarita de Velázquez iluminando la salida del foso por debajo de un montón de cadáveres de cualquier clase.

['Vanguardia', extracto de 'El cuerpo y las olas' de Manuel Vicent]



[La infanta Margarita de Austria, por Diego Velázquez, 1660]

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