09 diciembre 2011

La cosa más sensata


No hay nada que
discutir
no hay nada que
recordar
no hay nada que
olvidar
es triste
y
no es
triste
parece que la
cosa más
sensata
que una persona puede
hacer
es
estar sentada
con una copa en la
mano

[Los mejores de la raza - Charles Bukowsky. Versión de Rafael Díaz Borbón]

[Fotografía: shrbr.tumblr.com]

La utilidad de lo inútil


Lo que verdaderamente me importa y me hace sentir bien no lo puedo explicar, ni me sirve para nada, es inútil. Y no puedo prescindir de esas 'cosas'. Necesito dármelas.
Mi mente ahí se mosquea porque no lo comprende y, claro, dentro de su lógica, pues si no lo comprende, no es válido, no le encaja, no lo acepta. Lo rechaza por inservible.
Pues que se joda.
Si siguiera fielmente lo que me dicta sólo mi mente ¿sería más útil? ¿más útil para qué? ¿más útil para quién?

Bien, partamos de que quiero ser útil para mí.

Mucho es ya partir de ahí porque desconozco si yo puedo ser útil para mí y qué es lo útil para mí y, por si fuera poco, también desconozco qué carajo es ser útil.

Lo que, comúnmente, se acepta por útil [ver definición en el diccionario] se me antoja muy corto para todo lo que abarca mi realidad. Contempla muy poca parte de ella. La utilidad depende de demasiados factores: emocionales, temporales, geográficos, racionales, corporales, culturales, económicos, morales, políticos, sociales, climáticos, filosóficos, místicos, psícológicos, espirituales, médicos, educacionales,... Uf!¡Como para tenerlos en cuenta! Me niego a contemplar lo infinito y subjetivo que crea mi mente.

Así pues, para seguir hacia adelante con esto, obvio que no sé cómo ser útil para mí y opto, por lo tanto, por ser simplemente yo.

Y ahora, otro tropezón, porque no sé quién soy todavía. Y otra cosa más a obviar.
Para continuar, mi opción es experimentarme a ver si así brota un ser en el que me sienta yo.

Después de todo esto, otra incertidumbre más que me para: no sé si lo que siento que brota de mí es ser o no es ser, ni si realmente proviene de mí o, al contrario, si al estar demasiado condicionado por estímulos externos, lo que me sale tiene poco que ver con algo que sea de acuerdo con lo que yo soy o deba de ser. ¡Uf! Demasiado. Y aún así, sigo. Mi ser que sea yo tendrá que surgir de mí independientemente del exterior y hacerlo de una forma que, inequívocamente, me sienta siendo con él. O sea, que no sé ni a qué aspiro ni cómo será ni si lo sentiré. Así pues, como lo único que, en apariencia, siento es mi cuerpo, elijo intentar dejarme en paz, y desnudarme de estas ataduras mentales que no me llevan a ningún sitio y cabalgar mi impulsos puramente animales, corporales, instintivos.

Bien. Y ahora... ¿cómo hago para distinguir si siempre estoy desnudo y sólo me gobiernan mis instintos animales o es mi mente la que me gobierna? Ya la he sorprendido bastantes veces intentando hacerlo. En otras muchas ocasiones, la he pillado con las manos en la masa. Y, tristemente, en la mayoría de ellas, me he dado cuenta demasiado tarde... Es una hija de la gran puta. Me engaña con demasiada facilidad.

Es que todo esto es por ella. La muy cabrona es un puto lastre. Me jode mucho. Porque me impide sentirme en mi totalidad y me genera incertidumbre en lo que vivo. Quiero abrirme a la realidad y no sé si lo hago como quisiera. ¿Me entrego al instante como siento que lo hago? ¿Lo doy todo en cada momento estricto del presente que vivo? A veces, creo que sí. Otras, con certeza no. Mi mente se activa y divaga salvajemente entre el pasado y el futuro, enmarañando pensamientos, creando nudos indisolubles que son lastre para el aquí y ahora que se me pone por delante constantemente a mi disposición. Y no sé por qué no me deja. ¿Qué pretende? Todo está en el presente ¡El pasado y el futuro no existen! ¿Por qué no me deja disfrutar plenamente de lo que tengo delante? Sí, ya... Ya lo sé. Sin pasado y futuro, la mente pierde mucho poder, presencia...

Total, que nosé cómo siento, si es real o no, porque ahí están esa mosca cojonera dando por culo todo el tiempo...

¿No hay ninguna seguridad en todo lo que siento y vivo? ¿Nada?
Sí.
Yo.
A mí.
Puedo asegurar que yo... a mí... me... Pues eso, me. Simplemente me.
Puedo decir con total seguridad que yo a mí mismo me. Yo a mí mismo me cualquier cosa. Me todo. Me nada. Me algo.

Sí, está claro.
Sí.
Yo me.
A mí mismo.

A no ser que yo no me a mí mismo si mi yo está manejado por alguien distinto de mi propio yo. Y eso, ahora mismo, tampoco lo sé. Tendría una forma de conocerlo: saliéndome de mí mismo y observándome. Bien. Para salirme de mí tengo que no identificarme con nada de lo que siento ya que yo a mí mismo me pongo en cuarentena, bajo sospecha de si yo mismo soy yo puramente o hay un yo distinto que maneja mi yo.

Para conocer si yo me o no me, lo mejor es estar atento. Observo atentamente todo lo que me sucede, todo lo que siento, todo mi cuerpo, todas mis reacciones. Mmmm... ¡Qué ser más curioso es mi yo! ¡Y qué curioso es tener curiosidad por mi yo! ¿¡Qué hará mi yo dentro de 5 minutos!? ¿Qué pensamiento se le pasará a la mente de mi yo? ¿Cambiará algo profundo en mi yo? ¿Creará alguna obra? ¿Se le ocurrirá a mi yo algún proyecto creativo? ¿Estará mi yo en silencio o hablando? ¿Estará leyendo, pintando, escribiendo, durmiendo? ¿Sonará la voz de mi yo igual que siempre? ¿Qué emoción tendrá mi yo? ¿Estará triste, contento? ¿Y su cuerpo? ¿Cómo estará? ¿Cansado? ¿Herido? ¿tendrá un orgasmo? ¿Quién está escribiendo esto? ¿Mi yo? ¿El yo de mi yo? Esta espiral es infinita. ¿Es útil? Tampoco lo sé. Me siento bien, tranquilo en este inmenso mar vacío de aguas donde, al menos, intentar nadar para no ahogarme. Sin orillas a las que dirigirme, sin referencias, sin bordillo al que agarrarme. Un mar tan infinito que no puedo concebirlo. No soy capaz ni de imaginármelo. Sí de sentirlo. Siento que me envuelve de alguna manera, de forma amplia, con holgura, con espesura, con grosor, con suavidad y confortabilidad. Es amenazante de manera sucinta. Me acoge como si yo fuera un objeto delicado que necesita proteger en su interior. Es una masa densa de incertidumbre.

Realmente no siento una protección plena. Se me clava de forma muy puntual. Muy fina. Como si se me metiera. Joder, claro, es que tengo que respirar y, así, lo introduzco en mi interior. No me doy cuenta de que se me mete. Es casi imperceptible. Si respiro profundamente, me coge el pecho y, levemente me traquetea, y, joder jode, aunque sea un joder sutil, como diciéndome 'no te machaco porque no quiero, porque ya ves que te cojo desde tu adentro más profundo  y te remuevo tus malditas entrañas, eh?'. Y, bueno, finalmente me suelta y... Dejo de sentirlo, aunque sí lo percibo. Sé que sigue ahí. Como siempre. Envolviendo todo lo que mi vista alcanza conforme giro la cabeza. Se mueve rápido. Nunca he logrado pillarlo sin reconstruir el mundo. Siempre llega antes que mi mirada. Sé que un día estará distraído y aprovecharé la oportunidad para darme la vuelta con suficiente rapidez como para escaparme de la realidad que el me pone delante. Y en este instante, veré mi mundo, lo crearé yo. Será sólo mío, único.

Ahora no tengo otra opción que seguir aquí, dentro de la imperceptible y densa incertidumbre que me viste el mundo y lo que siento y condiciona lo que mi mente crea. ¿Cómo intento escapar y ser mínimamente libre? Me limito a sentir. Mi cuerpo es la referencia más fiable que encuentro. ¡Sentir ya es algo! Aunque sólo sea sentir un instante de emoción, aunque lo posea y, ya, se me escapa sin ni siquiera llegar a percatarme conscientemente de que estuvo ahí. Simplemente estuvo, activó mi cuerpo y se fue. No puedo hacer nada más. Es reacción ante él. No más.

Inmediatamente viene otro a sustituirlo y, joder, ya no es lo mismo. Y con el siguiente es peor, me van quitando lo que siento, me van apagando lo único que me queda, el único resquicio para saber algo. Lo bueno es que, si me experimento, vuelve otro instante de esos que ¡guau! me hacen sentir mi cuerpo brutalmente, aunque, como digo, me dura poco, y los instantes que vienen después van apagando esa emoción. Quiero un instante cargado de emoción que me dure como 4 o 5 instantes. La mayoría de los instantes son inspídos, están vacíos, no pellizcan a mi cuerpo, no me dicen nada, no pesan, no inconsistentes. Pasan sin más. Quiero un instante de emoción más a menudo, aunque no sea útil, aunque sólo sea en mí y nunca igual en nadie más, aunque sea inexplicable y no pueda compartirlo con nadie, aunque después de su efímera vida simplemente deje de ser para siempre y no regrese nunca más ni un instante que se le parezca, aunque sólo sea algo dentro de mi imaginación, ya de por sí fantasiosa, independiente, subjetiva, ilimitada, condicionada y fuera de todo lo que no sea mi propia irrealidad, la cual, ni siquiera yo mismo alcanzo a captar ni a conocer ni a comprender, ni falta que me hace, en su totalidad.

En fin, ya llegué.
Ya llegué a... Bueno, aquí.
Mis palabras, fruto de mi mente, se quedan aquí.

Como dice Alan Watts, la salvación está en aceptar que no hay salvación.

Debemos aceptar la certidumbre más rotunda: todo es incertidumbre. Y aceptar esto es lo da tranquilidad.

Alejandro Jodorowsky dice: la realidad es permanente impermanencia.

Todo cambia constantemente. Aceptar eso nos tranquiliza ya que no esperamos que nada cambie.

Todo es inútil. Vive sin preocupaciones, sin tratar de racionalizarlo todo para que sea sea útil. Así uno se estanca, no fluye y se piensa que se pierde el tiempo.

El tiempo nunca se pierde. Jamás. El tiempo es una energía: se invierte, se consume y se transforma en emociones y en experiencia para cada uno.

Me calmo cuando acepto la utilidad de algo tan inútil como reflexionar sólo por el placer, inútil por supuesto, de llegar a la paradoja que da sustancia a lo que siento y pienso: la utilidad de lo inútil, o sea, de lo que no puedo prescindir.

Quizás esto es lo útil: aceptar que la vida es inútil me salva del miedo de tratar constante y mentalmente de hacerla útil. Así puedo dedicarme a darle verdadera utilidad a la vida: vivirla.