Un paladar que no es noche sino
día de sístoles y letras que
te hablan sin vacilar. Como yo te
hablé en las tardes profundas
de isla y nube de menta. En
mi mano arde la hierba y su
vacío es arcilla y un árbol
con frutos, huesos, amor y
miedo. Siempre seremos líquidos
con dosis de vientre ígneo y
vulnerabilidad incipiente.
Si tengo pies, hay camino. Yo
me aliento y si muero, vivo. Te
apuras sin remedio en cada mueca,
en cada muerdo y rasguño. Hambre y
sinceridad que tira y afloja el ombligo
echándote de menos.
Gracias a la que es roja en libros
por su indalo blanco. Si
no es por su curva de luz, por no
irte, me elevaba de huellas.
¿Seguimos el latido? ¿Nadando o
paseando? Estrellas del mar de Jorge y de Alejandro.