11 septiembre 2010

Acariciando aceras - 79



enciendo olores con tu mano
soplo hasta que se conserva el naranja
y el humo gris se hace denso como un hilo de leche
agarro suavemente la piedra de color de la nube agradable y que bautizó la luna de febrero
y me dejo abrazar por acordes sublimes que ya me subyugaban antes de tu pubertad

escribo y me paro en los cuerpos de cada momento

en las cartas de los restaurantes
en la miel y en las reminiscencias marroquíes
en el dorado oriental mitificado
en las sábanas de mi cama doblada que empequeñece mi cuarto
en el libro que me llena la vida de olas
en la oscuridad al teléfono que convierte mis sueños en líquidos
en los pasos lentos entre girasoles
en el castillo azotados por el viento de nuestro profeta
en los melancólicos retornos nocturnos de cada viaje
en los leves regalos de nieve y la calma de edredones mirando los pozos del fuego
en los desayunos y demás bocados de amor al sol de la feria dejada
en la suerte donada por el dulzor del vino de las camas entre árboles de amarillo pálido
en los bailes acuáticos rotando y rotando con la arena del tiempo que se para
en el juego que trajo nuevos sabores a las mismas salivas más allá de las carnes
en los puentes volando sobre los ladridos de un agua reclamando calma
en las flores agitadas por turbulencias higiénicas y sagradas de los pechos descubiertos
en las despedidas con destino al infierno rotundo de llamas diáfanas como piedras
en las ausencias contigo y con los bolsillos sangrando monedas de silencios que nos abofetean
en mi cabeza asomada por la ventana regando gota a gota los árboles del parque
en las espaldas dándonos la espalda y cargando sacos de palabras rotas
en las cuatro paredes que aprietan los pulsos animales con los aullidos de plata
en los cuerpos anudados en la eternidad del instante sobre un colchón que por fin descansa