28 junio 2011

Idilio



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Mientras el hombre vivió en el campo, en la naturaleza, rodeado de animales domésticos, en el regazo de las épocas del año y de su repetición, quedaba aún dentro de él al menos un reflejo de ese idilio paradisíaco.

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Adán, en el Paraíso, cuando se inclinaba sobre una fuente, aún no sabía que aquello que veía era él mismo. No habría comprendido a Teresa cuando, de niña, se ponía ante el espejo y trataba de ver su alma a través de su cuerpo. Adán era como Karenin. Teresa se divertía con frecuencia poniéndolo frente al espejo. No reconocía su imagen y se comportaba con increíble desinterés y distracción.

La comparación entre Karenin y Adán me lleva a pensar que en el Paraíso el hombre aún no era hombre. Más exactamente: el hombre aún no había sido lanzado a la órbita del hombre. Nosotros hace ya mucho que hemos sido lanzados y volamos por el vacío del tiempo que transcurre en línea recta. Pero aún sigue existiendo dentro de nosotros una estrecha cuerdecilla que nos ata al lejano y nebuloso Paraíso en el que Adán se inclina sobre la fuente y, siendo totalmente distinto de Narciso, no intuye que esa pálida mancha amarilla que ha aparecido allí es en realidad él mismo.

[...]

Cuando, siendo niña, encontraba las compresas de la madre manchadas por la sangre de la menstruación, le daban asco y odiaba a su madre por no tener la vergüenza necesaria para esconderlas. Pero Karenin, que era perra, también tenía menstruaciones. Le venían una vez cada medio año y duraban quince días. Para que no ensuciase la casa, le colocaba entre las patas un gran trozo de algodón y le ponía unas bragas viejas suyas, que le ataba ingeniosamente con un cordón al cuerpo. Se pasaba catorce días riéndose de la forma en que iba vestida.

¿Cómo es posible que la menstruación del perro despertase en ella una alegre ternura mientras que la suya propia le daba asco? La respuesta me parece sencilla: el perro nunca ha sido expulsado del Paraíso. Karenin no sabe nada de la dualidad entre el cuerpo y el alma y no sabe qué es el asco. Por eso Teresa se siente tan a gusto y serena con él. (Y por eso es tan peligroso transformar el animal en «machina animata» y la vaca en un autómata que produce leche: el hombre corta así el hilo que lo ataba al Paraíso y en su vuelo por el vacío del tiempo ya nada podrá detenerlo ni consolarlo.)

De la confusa mezcla de estas ocurrencias, crece ante Teresa una idea blasfema de la que no puede librarse: el amor que la une a Karenin es mejor que el que existe entre ella y Tomás. Mejor, no mayor. Teresa no quiere culpar a Tomás ni culparse a sí misma, no pretende afirmar que pudieran quererse más. Pero le da la impresión de que la pareja humana está hecha de tal manera que su amor es a priori de peor clase de la que puede ser (al menos en su caso, que es el mejor) el amor entre una persona y un perro, esa extravagancia en la historia del hombre, probablemente no planeada por el Creador.Es un amor desinteresado: Teresa no quiere nada de Karenin. Ni siquiera le pide amor. Jamás se ha planteado los interrogantes que torturan a las parejas humanas: ¿me ama?, ¿ha amado a alguien más que a mí?, ¿me ama más de lo que yo le amo a él? Es posible que todas estas preguntas que inquieren acerca del amor, que lo miden, lo analizan, lo investigan, lo interrogan, también lo destruyan antes de que pueda germinar. Es posible que no seamos capaces de amar precisamente porque deseamos ser amados, porque queremos que el otro nos dé algo (amor), en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer sólo su mera presencia.

Y algo más: Teresa aceptó a Karenin tal como era, no pretendía transformarlo a su imagen y semejanza, estaba de antemano de acuerdo con su mundo canino, no pretendía quitárselo, no tenía celos de sus aventuras secretas. No lo educó porque quisiera transformarlo (como quiere el hombre transformar a su mujer y la mujer a su hombre), sino para enseñarle un idioma elemental que hiciera posible la comprensión y la vida en común.

[...]

[Fragmento de 'La insoportable levedad del ser' de Milan Kundera]

Lo que me da la vida es mi muerte



Crear belleza
rodearme de ella
promoverla
sentirla, gritarla
saborearla, penetrarla
con tanta pasión
que me invade la sensación de inmortalidad
me salvo del presente que quema
y todo lo ahoga

de la mano de la belleza
pacto una tregua con la muerte
porque la belleza es ella misma
la muerte es bella
lo bello me extrae de la vida
hace de piedra mi tiempo
disuelve en gotas mi espacio
expande mi alma en el viento
y en el fuego arde mi cuerpo

me salva de la inseguridad
que es la vida en constante cambio

no siento la vulnerabilidad de estar vivo
me siento inmortal
inmenso, infinito
poderoso, imbatible,
paciente, calmado,
tranquilo y seguro
fuerte

¿No es esta, acaso, la descripción de la señora Muerte?

ella es la única capaz
de protegerme de los cambios de la vida
la única que elimina mi sensación de vulnerabilidad
la única que me hace sentir más vivo que vivo
porque me vivo fuera de la vida

así siento la belleza
así siento que sentiré la muerte

¿Acaso no serán la misma cosa la muerte y la belleza?

mi escapada por la ventana
de mi alma la salida
mi potencia creativa
mi animal henchido de suerte

La belleza me da la vida
de ella me salva porque es mi muerte

Si me dieran a elegir



Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

[El juego en que andamos - Juan Gelman]

Grabando mi nombre en una bala - 83



Si piensas en algo, lo matas. Nada sobrevive a ser pensado.

[Oscar Wilde]

[Pintura: Víctor Marín González]

el modo en que querer nos hace grandes



Ahora dejaré de escrbir vírgenes
peinaré tu cabeza con mis sueños
no sé hasta dónde llegaremos
con el olor del otro tan adentro
sí sé que nunca me he dejado
ni una duda en el intento
construiré caballos salvajes si hace falta,
regalarse el viento es
el modo en que querer nos hace grandes

quizá a tu regreso
traigas en los ojos esta frase

[Isabel García Mellado]

Palabras

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

[Gabriel García Márquez]

La palabra
resuena en cada rincón de mi ser que se ha estremecido
evoca y la emoción rebrota
para que no se duerman mis sentidos



Háblame en la hora calma de la media noche, háblame para que no se duerman mis sentidos. Háblame de lejanas tierras donde el único dios sea el sol, donde se vive al rumor de las hojas del sicómoro, mecidas de brisa y calor.

Cuéntame fracasos, vida, rumbos de pintores locos.
Háblame de la calima de las noches, cuando tu amante de amantes huyó. De Cartago a las puertas de Roma, de la Sevilla mora. De claveles de revolución, de las vueltas que da la tuerca, de los amores que son prisión.

Va y viene mi alma de esponja, biene y va si tú me hablas, si tú me cuentas cosas. Barquera, monte, montera. Viene y va mi alma viajera, linda zagala, si me quisieras. Va y viene linda barquera, si tú me miras de esa manera.

Háblame en la hora calma de la media noche,
háblame para que no se duerman mis sentidos. Háblame de Cádiz fenicia, de la Córdoba que abrigaba su mezquita. De Chagall o de los poetas andaluces del destierro, de por qué claveles para una revolución. De las vueltas que da la tuerca,
de los amores que son prisión.

Va y viene mi alma de esponja, viene y va si tú me hablas, si tú me cuentas cosas. Va y viene mi alma guerrera, viene y va si tú me hablas, si tú endulzas la espera. Barquera, monte, montera.

Viene y va mi alma viajera, linda zagala, si me quisieras. Va y viene linda barquera, si me sonríes de esa manera. Barquera, monte, montera.
Barquera, monte, montera.

[Manolo García - Para que no se duerman mis sentidos]