28 marzo 2011

Grabando mi nombre en una bala - 68



El trabajo hecho no servía de nada: cada comienzo era un nuevo punto de partida, y el lienzo o la hoja de papel frente a los que se quedaba hechizado y abatido estaban más vacíos que nunca. Una primera línea prometedora, pero muy insegura, una horizontal que podía ser la de una mesa sobre la que reposaba el frutero o la de una distancia marítima imaginada al fondo de su ventana de Madrid. Una iluminación inminente que se deshacía sin rastro en puro abatimiento. Y sin embargo, no sabía cómo, el cuadro empezaba a surgir, o el poema a escribirse, persistiendo por sí mismos, con un empeño en el que no intervenía del todo su voluntad debilitada por el escepticismo y por el simple paso del tiempo.

[Antonio Muñoz Molina]

[Fotografía © Sarah Franco Alves]