Mi tristeliz cueva sobre piedra suelta
nerviosa, matutina y congelada
un viaje efímero en una nave marciana
inesperadamente sorda, muda y tuerta.
Se encienden los renglones en mis yemas
por llamas ciegas y crujidos de muros
La sierra revienta la playa de bromuro
No duele el martillo de escarcha. Quema.
Cuerdas rasgadas con las voces rotas
por el brote salado de sangre valiente
la lengua estalla entre los dientes
mensaje de plata rabiosa que explota.
Por vaguadas de leche resbalo herido
mastico al sol versos que son látigos,
silbidos nocturnos del jinete pálido.
Sólo duelen los clavos que tienen sentido.