
La luna de lana
teje, gris, una manta
de gitanas, de mañanas,
de candelas, de gargantas.
Traza urnas de sal,
para meternos dentro,
llenos de leche de mar
y jugo de piernas disuelto.
Cabalga, taciturna y lerda,
sobre el fondo de los lagos.
De tu orilla en primavera
esnifa los aromas magros.
Tiene envidia del roce
de brebaje que rezumo.
Nos observa, reconoce,
y se eleva con el humo.
Crea alimentos y alarmas,
prende el aire lubricado
en las noches de fantasmas
que dilatan el asfalto.
Llama útero al puerto,
anima el baile de agujas,
te atrapa en otro cuerpo
y los ladridos te empujan.