La paleta se resiste a la riqueza de unos colores
que aterrizan como helicópteros sobre las flores.
Brillan entusiastas e intensos a su llegada
hasta que se estampan en ladridos y bigotes de dálmatas
que lamen garabatos de tinta china sobre la piel de la Antártida.
El corazón es un templo de invisible policromía y arcos de sudor
que adornan los muros de las naves e incendian los altares con brotes rosados.
Es la liturgia del humo que muge bocanadas de aliento de blancos lechosos
Falla la cáscara que cerca con barrotes de acero de barcos
para ocultar el tesoro que alberga con un celo y esplendor que lo quiebra
y rebaña el jardín con remolinos de vértices y aristas impertinentes.
Es tan absurdo este encofrado de proyectos marginales del inconsciente...
Este sexo de planetas es un fluir excesivamente intenso
Un viaje largo que requiere todo el combustible para el trayecto de ida
La vuelta es una caída en picado a la plaza de la psicodelia frenética
sin red ni botiquín, atravesando nubes de carbón
en un estado flácido y exhausto tras horas y horas de hedonismo
de fusión con lo sideral e inmaterial, de expansión por volúmenes infinitos
pilotando gotas de líquidos oníricos entre los dedos regalados de los dioses.
Es un impacto frontal e irremediable con los charcos solidificados de las sábanas
que hace saltar meteoros con la ira de avisperos invadidos por intrusos.
Y estalla un potente arsenal de tensiones y ecuaciones sin resolver.
El sólido más líquido es el cristal que emana del hogar de los agujeros negros.
Este debe ser el precio de lograr la disolución total en el alma sin compasión de Eros.
Bajar de la cama y esperar los días es revolcarse sobre el peine de tapias
coronadas por velas de vidrio transparentes, verdes y naranjas
afiladas por predecibles vientos de abiertas vocales que apagan las candelas de la playa.
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