19 julio 2011
Pared salpicada
Alguna vez te ha pasado coger el corazón y dejarlo un rato encima de la mesa, de pronto llega alguien y como quien no hace nada le atiza un martillazo tan fuerte que queda irreconocible, y acto seguido se da la vuelta buscando un libro que leer o desaparece, no porque crea que ha hecho algo mal, ni para huir, sino porque le cierran la tienda y no podría comprar su nuevo cd preferido, que ha salido justo hoy a la venta. Y tú te quedas ahí con los ojos y la boca completamente abiertos, y pintitas color rojo en las mejillas, que han salpicado también la pared de detrás. ¿Y ahora qué hago?, te dices, ¿qué coño hago yo ahora?, tampoco puedes acusarle ni nada de eso, no lo ha hecho adrede, pasaba por allí, es que ¿a quién se le ocurre dejar un corazón sin más encima de una mesa?, te dirían.
Entonces tienes que hacer algo, claro, pero no sabes bien qué, y por supuesto nadie termina de entender por qué llevas tiritas en el pecho, por qué te sangra a veces un pezón, por qué te llevas tan mal con las mesas o cuando ves a alguien con un martillo o yendo a comprar un cd recién salido te vas corriendo a avisar a los que quieres de que por favor por favor no se vayan a acercar a esa persona.
No saben por qué tu pared sigue salpicada de rojo, ni por qué tus ojos se han quedado un poco más grandes desde aquel día.
Por eso todos se sorprenden. Es por eso.
[Isabel García Mellado]
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