[*] Uno sonríe y ríe y grita y gime y jadea y llora y tiembla y salta y se estremece
por tantos motivos dispares
lo mismo por un orgasmo que por felicidad que por miedo que por tristeza que por mala suerte
y después
uno se queda siempre igual: en calma, tranquilo
No hay que darle tanta importancia a las emociones
Uno crea y planifica y se preocupa y se ocupa y se postocupa y se amarga la vida
por tantos motivos dispares
lo mismo por un trabajo que se eterniza que por pagar el alquiler que por esperar una hora a tu pareja que por perder un avión en un atasco
y después
uno siempre llega a la misma conclusión: todo se soluciona de una forma u otra, se llega a un estado final, es inútil todo lo que la mente crea anticipándose a lo que va a ocurrir, nunca acierta
No hay que darle tanta importancia a los pensamientos
Uno se empeña en hacer mil cosas a la vez, deprisa, más deprisa, con ansiedad, con miedo al futuro, como si a uno se le fuese la vida por el desagüe, como si le persiguiera el reloj de la muerte
y cuando no puede más
y se para
se da cuenta de que en la calma, en lo sutil, en la sobriedad
en lo sencillo
se encuentra el sentido de cada latido
de cada bocanada de aire
Sí
uno, al final, se da cuenta
de lo simple y obvio que es todo en la vida
de la levedad omnipresente
de la permanente impermanencia de cada cosa
de cada sensación, de cada emoción, de cada pensamiento
de uno mismo
de que todo es tan bello
diáfano y obvio
que se clava en el pecho
terrible e insoportablemente
para el ego y la mente
que todo lo quiere racionalizar
darle mil vueltas
hacerlo complejo
no podemos
nos volvemos locos
caemos
y de nuevo a empezar
[*]
No hay comentarios:
Publicar un comentario