Lo que no le gustaba era aquello que sentía tan propio, tan adentro de sí y no podía ver ni coger ni estirar ni retorcer ni arrojar a la vía para que saltara en mil pedazos al paso del tren.
Como cortar los rayos que abrasan las sábanas y las sogas que ahorcan la almohada.
Ella lo hacía con sólo mirarlo.
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