12 noviembre 2007

'El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción', de Vicente Verdú


Texto de muy atractiva lectura ya que trata de interpretar la actualidad por medio del acercamiento y contraposición de conceptos nunca antes puestos en crisis, nunca enfrentados, decantando de manera drástica y sin tapujos cómo se materializa la realidad del mundo y el estilo de vida que se conjuga hoy en día. El autor de la obra intenta desenmarañar la trama del capitalismo actual. Un capitalismo que él denomina de ficción, generador de una falsa realidad paralela a la tangible o verdadera, inmiscuida en todas las vicisitudes de la vida contemporánea, reglada por la cultura de masas, para la sociedad de consumo y dominada por los medios de información y el espectáculo, todo ello refrendado por la más alta tecnología.




Se trata, por tanto, de trazar determinados vectores de significación en múltiples direcciones para desvelar esa naturaleza transparente tan difícil de determinar, combatir y erradicar de todos los avatares en los que se ha introducido, impregnándolo todo de entretenimiento, de ocio, de espectáculo,… consolidando una cultura artificial de simbología impregnada de caduco clasicismo.

La lectura se desarrolla en el capítulo del libro titulado Aprendiendo de las Vegas, en el que comienza denominando a dicha ciudad norteamericana como la meca de capitalismo de ficción. Una ciudad concebida de manera premeditada, nacida y consolidada por y para el consumo, donde el desarrollo de ese capitalismo de ficción se ve reflejada en una realidad que no es tal: todo es teatro, espectáculo, entretenimiento…artificial. Es una auténtica máquina de generar y devorar dinero.

Así se configura una ciudad recreativa sin ninguna referencia histórica que remita a un origen común a todo asentamiento urbano. No se desarrolla en ella ninguna vida normal, cotidiana, no hay ninguna zona residencial distinta a lujosos hoteles-casinos que minan el entramado urbano. Toda la estructura urbana está repleta de falsificación, decorado basado en la clonación de obsoletas simbologías clásicas, de antiguas civilizaciones, de calles y arquitecturas carismáticas de las ciudades más relevantes de la historia. Es una manera, hortera y pestilente, de inmortalizar todo lo que perece o puede desgastarse con el paso del tiempo. La ciudad de Las Vegas, en un acto de narcisismo repugnante, se adora, se admira a sí misma de tal manera que hasta se copia a ella misma a través de una arquitectura blandengue y obsoleta, propia de la incultura del que promueve el consumismo desmedido y anárquico. Se trata de construir, construir y construir glorias pretéritas añadiéndole toda una cobertura de modernismo a través de alta tecnología para resaltar hasta la exagerada horterada a modo de agresión brutal a todo sistema que se precie. Se plasma enfrentando lo real con lo irreal. Lo real y natural como lo vulgar y perecedero, y lo artificial como ideal y eterno. Vergonzoso que se mueve tal cantidad de dinero con esta dinámica.

La estrategia consiste en proyectar la sentencia El mundo, tal y como está, vale menos que su copia. Y puede que este tipo de gente, la que promueve tal incultura, tenga razón, pero es gracias a ellos. Estropean el mundo para luego venderte uno paralelo hecho por ellos que te inyectan en vena como ideal. Es como la estrategia de los virus informáticos. Es un negocio repugnante. Los magnates de la informática te venden sus ordenadores, sus redes de comunicación, sus sistemas operativos, sus programas…para después meterte los virus informáticos que ellos crean para dañarte esos productos por ellos también fabricados. Y te introducen los virus por las redes también suyas a las que estás conectado. Luego te ponen a la venta en sus súper-tiendas, los antivirus. La cosa está en que gastes y gastes y ellos se enriquezcan cada vez más.





La ciudad modelo de Las Vegas se reinventa a modo de gran show para consumo del turista, ofreciéndole lo que él quiere ver, lo que a él se le ha vendido antes de su llegada, lo que la ciudad quiere proyectar fuera de sus límites, la versión soñada de sí misma que exporta y materializa en su entramado urbano con mayor carga simbólica a modo de plato jugoso listo para ser devorado en cualquier momento. La ciudad se auto-exalta enfundándose en la modernidad, mediante la profusión de obras de arquitectos estrellas que acoge a modo de llamada para un mayor número de visitas. Si a todo eso le sumamos una compleja pero perfecto mecanismo de comercios y recursos para el entretenimiento, se deduce una gran obtención de ingresos para la ciudad que así se funcione en la actualidad.

El autor critica de manera acertada el hecho de que las ciudades con carga histórica se maquillen por y para el consumo, el espectáculo y el turismo. Este conjunto de fuerzas son las únicas motrices para las ciudades contemporáneas, tristemente. Se trata de dar respuesta a las demandas de fantasía, espectáculo y entretenimiento del turista, del turista superficial y consumista, claro. Aquel que le interesa más comprarse camisetas procedentes del merchandising de un museo, que ver las obras que en el propio museo se exponen. Habrá que recordarle a este tipo de ignorantes que los museos son edificios surgidos a tal efecto y que el hecho de que últimamente dispongan de tiendas responden a la propia cultura de consumo que el mismo individuo refuerza con su actitud analfabeta. Actualmente hay más visitas a museos que antes, más viajes organizados con distintos recorridos ya programados que desembocan en museos y otros centros culturales. Bien, eso es cierto. Pero también lo es que la mayoría de la gente se mete en la tienda y de ahí no sale hasta que le sacan. Importa más los regalos que compre para sus personas más allegadas que las propias obras de arte allí expuestas. ‘¡Hombre, pues claro! ¿Qué le digo entonces a mis hijos/primos/hermanos/sobrinos/amigos/padres? “No te he traído nada porque estuve viendo el museo” ¡qué vergüenza! Además, si no se van a enterar de nada de lo que les cuente, si es que me prestan atención cuando les empiece a hablar de ello…’

Así nos va. Se cultiva la superficialidad y el consumo. Lo light, lo suave, lo ligero, lo plano, lo directo, lo simple, el consumo rápido para volver a gastar. Se adormece a la sociedad sin potenciar la creatividad, la cultura, el valor patrimonial, artístico, etcétera, etcétera, etcétera,… Lo que interesa es que la gente consuma y no proteste, no se trata de crear a personas inteligentes ni a potenciar su pensamiento individual, si no que se trata de aborregar a los miembros de la sociedad y de contentarlos con lo que a los que mandan en esto les interese. Se le dice a la sociedad qué hay que consumir y se introduce como una plaga en todos los ámbitos de la vida a través de los medios de comunicación, que te repetirán hasta la saciedad, hasta clavártelo en el bulbo raquídeo y acabes como uno más, gastando en lo que gasta todo el mundo. No está bien visto ser un bicho raro que desee lo que no dicta el mercado. Gran hermano, Operación triunfo, Hollywood, televisión basura, música de niños guapos y de niñas guapas,…lo feo está muy mal visto.






Todo esto desemboca en fobias, odios, competencia, envidias… entre los miembros de la sociedad que cada vez consumen más para ver quién tiene lo último de lo último en cine, televisión, música, ropa,… En arquitectura, toda esta superficialidad conlleva la materialización de obras más propias de la escenografía que de la propia disciplina arquitectónica, cargadas de retórica y despojadas de funcionalidad. Es un proceso de descontextualización de la obra que deriva en objeto espectáculo, no ligado más que al consumo.

Con este panorama existente en Las Vegas y similares, la ciudad ya no es contenedor de objetos, si no que es objeto dentro del proceso de producción, generador de capital, máquina de hacer dinero, de animar a la sociedad a consumir. Esta actitud se extiende a otras ciudades, aunque a menor escala (es insuperable lo de Las Vegas), de tal manera que el desarrollo de la urbe sólo se guía por las leyes del mercado y las normas urbanísticas pasan a no tener relevancia. Algo incoherente e inconcebible. Así se configuran ciudades planas, con un crecimiento amorfo, sin plan generador de cultura urbana para mejor vida de sus habitantes, si no todo desarrollo urbano viene dictado por las necesidades de generar más y más consumo. Crecimiento corrupto.
Este crecimiento sin control, desmesurado y amebaforme tiene visos de irrealidad y de irracionalidad en ciertas zonas de Asia donde se configuran megalópolis de 50 millones de habitantes que superan las escalas históricas e incrementan la incertidumbre acerca del futuro de la ciudad y del hombre en ella, ya que tiende a empequeñecerse, a sentirse engullido, a perderse el sentido del individuo como ente de peso específico dentro de su entorno urbano.

Se tiende (sobre todo en Estados Unidos, el gran centro neurálgico de la cultura del consumismo) terriblemente a un país futuro de extensas áreas suburbanas separadas por territorios despoblados, debido a que los centros de ocio tienden cada vez más a la periferia, abandonándose, entonces, el centro histórico de las urbes. Estas grandes extensiones se desarrollarán de forma descorazonadora, sin identidad, sin centro, sin referencias, configurándose un paisaje monótono de amplísimas urbanizaciones, dotación de alta tecnología empresarial, centros comerciales descomunales, restaurantes de todo tipo y dependencia absoluta del automóvil. Acabaremos con toda la riqueza del asentamiento urbano. Se abandonará el encuentro entre personas en la calle, en la plaza, el contacto con la gente al aire libre, sin hacer nada…se está eliminando la forma de vida latina, mediterránea,…todo ello por culpa de la sociedad de consumo que, a la fuerza, nos inculcan los estadounidenses. Globalización a la americana que no hará sino acabar con la riqueza autóctona, local,…la grama se come al césped…la peor cultura, la más inmadura e irresponsable, la americana, engulle a otras tan ricas y ancestrales, como la mediterránea.


Así, hoy día triunfan ciudades de dudosa reputación. Ciudades que no hacen más que crear guetos. Ciudades valladas, privadas, herméticas,…desde hace 30 años. Es patético que haya tanta gente viviendo en sitios como estos, elementos propios de un sistema segregador. Son ciudades con identidad perfectamente definida. Son llamadas C. I. D. Estas siglas, traducidas del inglés, significan Urbanización de interés común. Así es: existen cids sólo para solteros, sólo para jubilados, sólo para parejas sin hijos, sólo para cristianos,…Son urbanizaciones con la estructura urbana de toda ciudad (ayuntamiento, hospitales, colegios, etc.) pero nada es público. Todo es completamente privado y todo está regulado por estrictas normas. Todo es tan surrealista en este tipo de asentamientos que las normas a las que quedan sujetas los 30 millones de habitantes en EE. UU. y los 10 en el viejo continente, desemboca en un mundo absurdo, cerrado, vergonzoso, fascista, racista, xenófobo, terrorífico, surrealista,…totalmente antinatural, deshumanizado.

Estos asentamientos tipo CID siguen el modelo de la ciudad Celebration, que cercana a Disney World, pierde toda noción y se crea a modo de parque temático para vivir, copiando incluso el eslogan de la factoría de Mickey Mouse, Vendemos felicidad. Es asombroso, pero es así como se materializa la ciudad: naturaleza desinfectada, ciudad ideal, paradisiaca, con edificios de arquitectos estrella, centros comerciales para la clase alta, equipamiento y servicios con la más avanzada tecnología,…todo ello con casitas de arquitectura de finales del siglo XIX para adentrar a sus habitantes en una vida dentro de un cuento de hadas. Así se crea y se consume felicidad artificial.

Tenemos los que nos merecemos. Pronto nos tocará. La plaga se va extendiendo. Estados Unidos manda…a todos a una vida…sin vida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buen libro, felicito la insólita candidez neofragiana.

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu comentario. Hace poco me leí el libro, me gustó bastante la visión del autor. Ayuda a comprender mejor el mundo en el que vivimos.

Víctor Marín dijo...

Muchas gracias.

Vicente Verdú abre muchas puertas y desmonta a los mentirosos