Se desarrolla, tal y como el título nos anticipa, en torno al mar de sentimientos que afloran en el autor entre la filia y la fobia, pendularmente, de un extremo a otro, a su llegada a un país que visitaba por primera vez: Estados Unidos.
Un país cargado de antagonismo en todo lo que se le atribuye, todo lo que representa, todo lo que proyecta, todo lo que le define: tan superficial por su mentalidad y complejo por multirracial y multiétnico, tan rico y tecnológicamente avanzado y la vez tan parco en relaciones no sujetas al beneficio económico propio, tan moderno y pionero en centros de educación y cultura y tan inmaduro y egocéntrico a la hora de exponerlos a la luz pública ,…es un niñato hermético, prepotente y repelente al mando del mundo.
Actualmente, el país anglosajón se mueve entre la desconfianza y la venganza, refugiándose en una actitud de ‘yo soy el salvador, yo abogo por la paz mundial, pero como yo soy el poderoso, pues yo impongo la paz que me interesa’, ignorando todo tipo de propuestas conciliadores de los países europeos de más peso específico dentro del panorama político, económico y militar, como Francia y Alemania. El estado norteamericano siempre se ha movido por intereses económicos, relacionados con el oro negro, y dictando sus propias normas, ajenas a los acuerdos establecidos por los países integrantes de la O. N. U., obteniendo la alianza con países de manera chantajista y aprovechada, ya que se vale de los inútiles y acomplejados gobernantes de dichos estados cómplices para justificar ,en su apoyo, una actitud mayoritariamente vista como unilateral y desproporcionada por parte de los países más influyentes en el panorama internacional.
Por lo tanto, se trata de un libro que gira en torno a un tema de rabiante actualidad, analizando el recibimiento hostil, el encuentro con el paisaje urbano abrumador y desolador tan típico americano, las aspiraciones del estadounidense medio, cómo ha sido el desarrollo y la consolidación de las múltiples étnias que conforman la variopinta sociedad del país, sus complejos, sus prejuicios, sus valores, sus costumbres, sus virtudes,…desde un punto de vista económico, cultural, social y, cómo no, arquitectónico. Y todo ello, a la manera hispana, por las continuas referencias que hace a la cultura homónima para contrastar los principales rasgos de la vida norteamericana. Esto se ve enfatizado por la grata sorpresa que se llevó por la excepcional acogida que tuvo el entorno de amistades de su amigo norteamericano Neil, que hizo las veces de cicerone durante su estancia en EE. UU., ya que se palpa latente el miedo en la sociedad. Miedo a nuevos ataques extranjeros tras los atentados a las Torres Gemelas, y por ello, la actitud arisca, el rechazo a todo foráneo de rasgos no anglos. Es por lo que cabe destacar esa hospitalidad con un hispano que sólo viene de visita.
El autor del libro, ecuatoriano, tuvo una llegada familiar a norteamérica, proporcionada por un ambiente densamente húmedo tan usual en su tierra de origen, pero esa grata bienvenida pronto se vio atormentada por la típica segregación practicada por las autoridades en los aeropuertos de Estados Unidos. Es una de las secuelas de los atentados en el corazón de World Trade Center: el temor hacia aquel que procedente de otro país. El terror clavado en las mentes americanas. Un acto más del que, creo, es uno de los países más xenófobos y racistas, en contra de lo que constata Jorge Benavides en este libro, justificando esta aparente xenofobia con la actitud del Sistema-Estado, que sólo busca homogeneidad económica. El estadounidense sólo se relacionará de buena manera con sus semejantes económicos; es decir, aquella persona con iguales oportunidades de consumo, con igual status social. ¿No es eso xenofobia? La xenofobia es rechazo, miedo a lo ajeno, a lo que se identifique dentro de lo que se considera propio, dentro de un determinado círculo perfectamente delimitado. Si eres igual que yo te acepto, si no, no. Eso proclama el Estado norteamericano. Un Estado de tradición xenófoba. El hecho de que convivan (de manera más o menos conflictiva y con gran dependencia de la clase social en que se mueva cada uno) múltiples razas y culturas no significa que lo hagan aportando riqueza, reciprocidad y armonía social, ya que lo que emana de la cultura americana es justamente lo contrario: individualismo por encima del colectivo y relaciones sólo sustentadas por intereses económicos. Así, volvemos otra vez a lo mismo: si no tienes mis posibilidades de consumo, te desprecio (o no me relaciono contigo).
Esta segregación se ve acentuada mediante términos impuestos por los anglos (blanco, angloparlante y protestante) para referirse a determinadas étnias o grupos sociales consolidados con identidad propia, con características comunes (procedencia, idioma, cultura, costumbres, etc.) que los distinguen ante el resto de la sociedad, tal y como se destaca en el libro, y que tienen que aceptar de manera más o menos agradable estos mismos grupos raciales.
Una vez más, la actitud xenófoba propia del que se siente totalmente estadounidense, rechazando a la persona que quiere buscar su futuro en el país norteamericano. A pesar de las dificultades, veinte millones de personas reconocidas por el Estado con la nacionalidad estadounidense están, de una manera más o menos consolidada, integradas en la sociedad del país, manteniendo o no sus costumbres y renegando, de alguna manera, a su origen en pos de un futuro halagüeño. De esta manera, y a pesar de todos los impedimentos, se configura una sociedad cada vez más rica y variopinta, promoviéndose el mestizaje de culturas, pero claro, según dicten los intereses individuales de los estadounidenses anglos.
Es bastante triste, pero es así. Tal y como refleja en su obra el autor, la individualidad prevalece frente a la colectividad en la sociedad americana. De hecho, el término sociedad no refleja ningún ente que haga referencia al conjunto de personas, ya que no existe este concepto en el sentido colectivo. Todo es competencia, rivalidad (no tan sana) entre las personas para alcanzar las más altas metas en todos los ámbitos de la vida, reforzándose así el aislamiento del individuo, que ya sólo busca la satisfacción y el ocio individualmente, defendiendo por todos los medios su territorio, todo lo que tiene y frente al vecino. Actitud egoísta que sólo siembra miedos, prejuicios, odios y que los pocos logros que se obtengan no se puedan celebrar más que rodeado de unos pocos familiares, ya que la amistad tampoco es un valor que se cultive en la cultura de los Estados Unidos.
Lo poco bueno que tiene la vida en el país anglosajón proviene de su condición de país más rico del mundo: grandes avances tecnológicos que conllevan a poseer la mejor red de centros de información, de conocimiento, de investigación… o lo que es lo mismo, tener los mejores museos, centros de ocio, centros culturales, bibliotecas, centros de educación, infraestructuras, comunicaciones, etc.
Extrapolando al tema que nos concierne lo que dice un amigo mío ‘Estudiar y aprobar no tiene mérito. El verdadero mérito está en aprobar sin estudiar’, el hecho de que Estados Unidos tenga los mejores recursos y posibilidades de desarrollo en todos los aspectos, no hace que los vea como el país referencia y ejemplo a seguir, ya que siempre antepondrán sus propios intereses de manera descarada y premeditada, sin pudor, sin nada que ocultar, con la típica actitud chulesca de aquel que se ve superior y que puede hacer lo que le venga en gana porque casi todos dependen exclusivamente del ritmo al que ellos bailen el mercado.
Mi admiración la proyecto hacia aquellos países que con pocos o grandes recursos buscan el desarrollo propio y la cooperación con los demás estados, con el fin de una mayor igualdad de riquezas, condonando deudas y erradicando enfermedades, guerras y faltas de alimentación, higiene y sanidad.
Por desgracia, esta admiración mía se proyecta muy poco, en ocasiones muy puntuales, y no a unos países determinados. Suelen ser a determinadas personas que sacrifican su vida por la de los demás.
Estados Unidos es el país más rico y poderoso de la Tierra. Dicta las normas. El resto de países es el reflejo de todo lo que en norteamérica se amasa. Por eso, todo va así de bien.
Y es que estos norteamericanos no siempre saben invertir bien el dinero. Raramente, más bien. Ciñéndonos sólo en las demandas urbanas, mencionar el desangelado aspecto de las ciudades. No tienen encanto, su trama urbana son fruto de una racionalidad desmedida, deshumanizada, y que, como bien se indica en el libro al que hago mención, no son fruto del palimsepto histórico, no son estratos originados por la huella del hombre que por superposición van conformando una determinada organización urbana y social. Las calles no hacen la más mínima referencia al origen que sí se manifiesta en las europeas y sudamericanas: el encuentro entre personas en el ámbito público. Están trazadas con una geometría agresiva por antinatural y están enfocadas sólo y exclusivamente para el disfrute a través del automóvil. Las ciudades están de una manera sangrante atravesadas por autopistas. La arquitectura y la publicidad giran en torno al automóvil, creando símbolos y mensajes para la carretera.
La vida norteamericana gira en torno al automóvil. Una de las partes más importantes de la casa es el garaje. El coche tiene más valor incluso que la propia casa, que abandonará toda familia media americana en apenas un lustro. No hay tradición hogareña, la casa no es testigo del paso de generaciones de una misma familia, ni siquiera de una generación entera, ya que se destruirá para hacerse otra casa nueva para la familia que venga a vivir en la misma parcela. Así, el coche es más hogar que el propio objeto arquitectónico surgido en todas las culturas para tal función. Es por eso que la familia estadounidense está tan poco unida, con pocos lazos afectivos entre sus miembros. Como se dice en el libro, la familia es como la sociedad, pero a menor escala: un conjunto de individuos con intereses comunes.
Refrendado por amistades que estudiaron varios años en ese país, me asquea que la única manera de relación social acontezca en los centros comerciales, sólo y exclusivamente a través del consumo descontrolado. No hay conversación sin consumo, no hay felicidad sin consumo. Si algo hay, sólo hay consumo. Después, podrá surgir algo más.
Esta actitud consumista de la sinrazón, se manifiesta urbanísticamente en el despilfarro del suelo, sin control, sin plan, sin medida, sin intenciones que vayan más allá del consumo. Urbanismo de consumo del suelo, sin ligazón alguna a una cultura ancestral, a una directriz histórica.
Como persona que se identifica con la cultura de nuestro país (y con la de países con cultura hispana, latina, mediterránea…como se quiera calificar o especificar) esta actitud de los americanos la veo deleznable, me entristece profundamente, pero tampoco me extraña porque el concepto que me he formado acerca de ellos está fuertemente consolidado. Me parece un país sumamente infantiloide, inmaduro, egocéntrico, ignorante, superficial y racista. Un ejemplo del carácter del americano, es la profusión de absurdas disciplinas deportivas y vergonzosos concursos de los que se tiene constancia por los medios de la información. Otro ejemplo: el senador de California (el estado más grande y rico del país) es el infausto actor Arnold Schwarzenegger, con todas las connotaciones que esto conlleva por lo que este representa y las aptitudes políticas que se le suponen.
Esto se ve elevado a la enésima potencia, si de presidente del país ponemos a un descerebrado como George Bush, con auténticas burradas a sus espaladas, como la de que, como leí en cierta ocasión, para acabar con los incesantes incendios provocados en su país por otros descerebrados (es que este país está repleto de ellos, porque la sociedad los cultiva, su actitud frente a la vida es el germen de la ‘descebradez’) proponía talar todos los árboles… …sobran los comentarios…
En gastronomía, son paupérrimos, no hay nada más que decir.
Que la ley permita que toda persona pueda poseer una pistola para la defensa de su propiedad privada, me parece absolutamente increíble y vergonzoso.
En deporte, me parece bien esa forma de promover la práctica en todos los ámbitos sociales, pero es que se promueve un amor patriótico, a la bandera y al himno, que me dan náuseas. ¿Será porque aquí en España todo eso se identifica con el Fascismo? Puede…pero prefiero otra manera de manifestar ese amor a tu país, de una forma más solemne, más sencilla, más respetuosa con el resto de países con menos recursos…sin esa soberbia y prepotencia propia de los estadounidenses.
Con la escasa historia que tienen, me consta que del resto de culturas son unos pobres ignorantes, no se imparte la educación mínima exigible en este aspecto.
Concluyo: Estados Unidos es, en esencia (sobre todo social), tan despreciable, que todas las actitudes, todos los comportamientos, todas las respuestas van impregnadas, influidas y dirigidas por el despreciable
Tanto tienes, tanto vales.
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