12 noviembre 2007

'El patrimonio del tiempo', de Marina Waisman.

Lo que quiero destacar del texto es el tiempo que la autora llama informático (sería más coherente denominarlo de internet o internetsiano o internético) que oprime al pasado y al futuro de tal manera que sólo existe el presente, desligando a la persona de lo material y encarcelándola en la imagen, suprimiendo el concepto de espacio, concluyendo que el individuo se ubica en un vacío indeterminado al disolverse todas las referencias que lo vinculaban en el espacio y en el tiempo.

Las conclusiones son un tanto dramáticas, pesimistas y desproporcionadas fruto de una perspectiva muy desvinculada del mundo virtual que hoy articula la sociedad. En un panorama social, económico y cultural de consumo de masas como el que hoy nos inunda el tiempo ha acelerado tanto su forma de resolverse que casi se ha transmutado en simultaneidad en todas las facetas y estratos en los que se conjuga y el espacio se diluye en fronteras en las que jamás se ha mestizado.

Los medios de comunicación, la publicidad, la economía y esa ansia consumista que todo lo embriaga y que tanto nos inculcan hace que todo suceda frenéticamente y casi de forma simultánea tanto en un ámbito personal, individual, como en un ámbito local e incluso en un ámbito global, mundial.

Las campañas publicitarias, los estrenos de cine, los conciertos de música... suceden simultáneamente en las ciudades más influyentes del planeta. Así, virtual y psicológicamente, las distancias se acortan hasta ser ínfimas, las localidades y las culturas se disuelven en los carteles publicitarios, se disuelven en las pantallas de televisión, en los iconos de las empresas multinacionales poderosas.

Dentro del ámbito urbano, en muchas ciudades (Lagos, por ejemplo) este panorama, este mecanismo mediático-consumista hace estragos y configura monstruos urbanos difíciles de domar. Urbes donde lo actual, lo moderno y lo clásico, lo confuso y lo lírico, la riqueza y la pobreza, la energía y la corrupción, se debaten en una batalla sin fin que culmina en la fascinación del mundo actual, regido por el espectáculo y la novedad.

Esto es lo que hace prosperar al mundo. Consecuencias: todo se engulle, se devora y se digiere a velocidad delirante, siendo la novedad, la moda, la vanguardia, un instante después rechazado, marginado, olvidado por obsoleto, por ordinario.

Aquí divagamos. Este es el vacío del que se habla en el texto. Un vacío ínfimo y a la vez abismal. El que separa la luz de la oscuridad, el éxito del fracaso, la cima del fondo: umbral armado de afiladas piezas.

No hay comentarios: